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“Logos 7–Sobre las virtudes”, de Isaías de Gaza (extracto del Ascetikón)

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Existen tres virtudes que tienen cuidado del espíritu y que él necesita: el impulso natural, el coraje viril y la prontitud. Hay tres virtudes que si el espíritu las tiene consigo, llega a la inmortalidad: el discernimiento que distingue una cosa de otra, ver las cosas de antemano y no obedecer nada extraño. Hay tres virtudes que dan cada día luz al espíritu: no conocer la malicia de ningún hombre, devolver bien por mal (Lucas 6,27) y soportar sin turbarse lo que viene contra él de los enemigos.

Estas tres virtudes engendran otras tres mayores que ellas: no conocer la malicia del hombre engendra la caridad, devolver bien por mal trae la concordia y soportar lo que viene en contra sin turbarse trae la dulzura. Hay cuatro virtudes que purifican el alma: el silencio, guardar los mandamientos, la angustia y la humildad. El espíritu necesita estas cuatro virtudes cada día: orar a Dios, postrarse ante Él cada día (Salmos 54,23; 1 Pedro 5,7), no preocuparse de ningún hombre para no juzgarlo y ser sordo a las palabras de las pasiones.

Cuatro virtudes fortifican el alma y le traen lo necesario para refugiarse de la turbación de los enemigos: la misericordia, la ausencia de cólera, la longanimidad y sacudirse toda la malicia del pecado que viene en contra nuestra; disponernos contra el olvido guarda de estas cosas. Hay cuatro virtudes que guardan al joven ante Dios; salmodiar en toda hora, no ser perezoso, la vigilia y no igualarse con nadie.

Los vicios. Por cuatro cosas el alma se ensucia: marchar por la ciudad sin guardar los ojos, por la razón que sea tener amistad con una mujer, tener amistad con los poderosos del mundo y preferir quedarse con sus parientes según la carne. Por cuatro cosas crece la fornicación en el cuerpo: por dormir hasta la saciedad, comer hasta hartarse, por las palabras desvergonzadas y por el adorno del cuerpo.

Por cuatro cosas se entenebrece el alma: por odiar al prójimo, por desdeñarlo, por tenerle envidia y por criticarlo. Por cuatro cosas queda el alma desierta: por ir de un lugar a otro, por amar la distracción, por el amor de las cosas materiales y por el amor al dinero (Mateo 6,24). Por cuatro cosas aumenta la cólera: dar y recibir en la avaricia, amar la propia voluntad, querer enseñar a otros, estimarse a sí mismo por sabio (Romanos 11,25, 12,16).

Hay tres cosas que el hombre adquiere con dificultad y que protegen todas las virtudes: el duelo, llorar por sus pecados y tener ante los ojos la propia muerte (Eclesiástico 28,6). Hay tres cosas que dominan el alma hasta que logra elevarse y que impiden a las virtudes habitar en el espíritu: la cautividad (cfr. Romanos 7,23), la indolencia y el olvido. El olvido combate al hombre atormentándole hasta su último aliento; es más fuerte que todos los pensamientos y engendra todas las malicia, las cosas construidas por el hombre las derriba en todo momento. Éstas son las obras del hombre nuevo y del hombre viejo (Colosenses 3,9): Aquel que ama su alma para no perderla, guarda las obras del hombre nuevo, el que desea el ocio de su alma en este breve tiempo hace las del hombre viejo, pero perderá su alma (Mateo 10,39).

Nuestro Señor Jesucristo manifiesta claramente las obras del hombre nuevo en su santo cuerpo: "Aquel que ama su alma la perderá, pero el que la pierda por mí la encontrará" (Mateo 10,39). En efecto, Él es Señor de la paz (2 Tesalonicenses 3,16), por Él se ha roto el muro de la enemistad (Efesios 2,14). Él decía: "No he venido a traer la paz, sino la espada" (Mateo 10,34). También dijo: "He venido a prender fuego a la tierra, y desearía que ya estuviese ardiendo" (Lucas 12,49). Esto significa que aquellos que han seguido su santa enseñanza están en el fuego de su divinidad; que han encontrado la espada del Espíritu (Efesios 6, 17), y se han hecho enemigos de todas las pasiones de su corazón y que Él les ha dado la paz, diciendo: "Mi paz os doy, mi paz os dejo" (Juan 14,27).

Aquellos que han tenido cuidado de no perder su alma en este mundo y han suprimido su voluntad han llegado a ser corderos santos para el sacrificio (Romanos 8,36). Y cuando vuelva en la gloria de su divinidad, los llamará a su derecha y les dirá: "Venid a mi, benditos de mi Padre, heredad el reino que os ha sido preparado antes de la creación del mundo; pues tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui extranjero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, estuve enfermo y me visitasteis, estuve en prisión y vinisteis a mí" (Mateo 25,34­36). Los que han perdido su alma en este breve tiempo, se encontrarán en el tiempo de la angustia recibiendo una recompensa mucho más grande (Mateo 19,29) que aquella que esperaban recibir.

Pero aquellos que han realizado su voluntad y han conservado su alma en este mundo pecador, que se han perdido en la vanidad (Efesios 4,17) de sus riquezas y no han guardado los mandamientos pensando que hasta el fin se quedarían en este mundo (Santiago 4.13s), la vergüenza de su ceguera será manifestada en el momento del juicio, pues ellos se hicieron víctimas malditas y escucharán la terrible sentencia: "Apartaos de mí, malditos, a las tinieblas eternas que fueron preparadas para Satanás y sus ángeles. Pues tuve hambre y no medisteis de comer… (Mateo 25,41-43). Su boca ha sido cerrada y no han tenido qué decir, pues se han sometido a la falta de misericordia y el odio a los pobre les ha dominado. Pero ellos dijeron al Señor: "¿Cuándo te hemos visto y no te hemos servido?", y El los callará diciendo: "En verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo" (Mateo 25,45).

¡Examinémonos, bienamados! Cada uno de nosotros, ¿sigue los mandamientos según su fuerza, o no? Pues todos tenemos que seguirlos: el pequeño según su pequeñez, el grande según su grandeza. En efecto, los que depositaban sus ofrendas en el tesoro del Templo eran ricos, pero tuvo (JESÚS) más alegría de la viuda pobre con sus dos óbolos (Marcos 12,41-44). Pues es nuestra voluntad lo que Dios observa (1 Samuel 16,7).

No demos lugar al desaliento en nuestro corazón, que el temor que nos envía no nos separe de Dios, sino sigamos sus mandamientos según nuestra pobreza. Pues Él mismo se apiadó de la hija del jefe de la sinagoga y la resucitó (Lucas 8,49-55); asimismo tuvo piedad de la mujer afligida, que se había gastado todo lo que tenía en médicos antes de conocer a Cristo (Lucas 8,42-44). Y curó al siervo del centurión porque le creyó (Mateo 8,5-13), _y se apiadó de aquella mujer cananea y curó a su hija (Mateo 15,22-28). Lo mismo que resucita a Lázaro, su amigo (Juan 11,41-44), resucita a la hija de la mujer pobre a causa de sus lágrimas (Lucas 7,11-15). Y no aparta de su lado a María, que había ungido sus pies con perfumes (Juan 12,3-8), ni tampoco desdeñó a la pecadora que ungió sus pies con perfumes y con sus lágrimas (Lucas 7,37-50). Así como llamó a Pedro y a Juan en su barca, diciendo: venid conmigo" (Mateo 4,18s), también llama a Mateo que estaba sentado en el puesto de tributos (Mateo 9,9). Y como lavó los pies a sus discípulos, así también se los lavó a Judas, sin hacer diferencia (Juan 13,5-11). Y lo mismo que el Espíritu Paráclito vino sobre los discípulos (Hechos 2,1-4), así vino también sobre Cornelio claramente (Hechos 10,22-44). Y lo mismo que requirió a Ananías en Damasco por Pablo diciendo: "Él es para mi vaso de elección" (Hechos 9,15); así requirió a Felipe en Samaria por el etíope de Candaces (Hechos 8,26-39). Pues no hace acepción de personas (Romanos 2,11), pequeños o grandes, ricos o pobres; sino que es la voluntad lo que busca (1 Samuel 16,7) en el hombre, la fe, guardar sus mandamientos y la caridad hacia todos. Ésta es, en efecto, un sello para el alma cuando salsa del cuerpo (Apocalipsis 7.3), por eso ordena a sus discípulos diciendo: "Todos reconocerán que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros" (Juan 13,35). ¿De quién dice «todos reconocerán, sino de las potencias de la derecha y de la izquierda? (cfr. Mateo 25,34-43); en efecto, una vez que las potencias adversas vean el signo de la caridad que va con el alma, se apartarán de ella con temor y se reunirán a su lado todas las potencias santas.

Luchemos, bienamados, según nuestra fuerza, por adquirir la caridad, para que nuestros enemigos no nos atrapen. El mismo Señor dijo: "Es imposible ocultar la ciudad construida sobre la montaña" (Mateo 5,14), ¿de qué montaña habla, si no es de su santa e inmutable palabra? Hagamos, bienamados, el trabajo de realizar con celo y ciencia su palabra que dice: "Aquel que me ama, guarda mis mandamientos" (Juan 14.23). De modo que vuestros trabajos sean como una ciudad seguridad y fortificada (Salinos 30.22) que nos guarde de nuestros enemigos, hasta que os encontréis con Él.

Pues si nos hallamos seguros (1 Juan 4.17), todos nuestros enemigos serán abatidos gracias a su palabra, que es la montaña, según se ha escrito en Daniel: "Una piedra se separó, sin intervención de mano alguna, y derriba la estatua de oro, plata, bronce, hierro y arcilla" (Daniel 2,34); por eso dijo el Apóstol: "Revestíos de la armadura de Dios, para que resistáis la fuerza del diablo, pues no luchamos contra la sangre ni la carne, sino contra los principados, las potencias, los maestros del mundo tenebroso, los espíritus del mal que habitan el aire superior’ (Efesios 6,11 s). Estos cuatro principados son esta estatua, que representa al Enemigo, y son los que ha destruido el Verbo santo venido del Padre, como está escrito: "Vi que la piedra que derriba la estatua y la dispersa como arena, llega a ser una gran montaña que cubre toda la tierra" (Daniel 2,35).

Pongámonos, hermanos, bajo su protección, para que nos sea un lugar de refugio (cfr. Salmos 30,3) y nos salve de esas cuatro potencias malvadas, para que también escuchemos la noticia de alegría en compañía de todos sus santos, que serán reunidos ante Él desde los cuatro rincones de la tierra (cfr. Mateo 24,31, Apocalipsis 7,1 s), cuando cada uno comprenderá su propia bendición conforme a sus obras, así está escrito: "Jesús subió a una gran montaña y se sentó, y un gran genio se reunió ante él, de Judea, de Galilea, de la costa del mar y del otro lado del Jordán; abrió la boca, dirigiéndose a los que habían hecho su voluntad, y dio: "Bienaventurados los pobres en el espíritu, pues de ellos es el Reino de los Cielos…" (Mateo 4. 25-5,12).

Su santo nombre tiene poder para estar con nosotros (2 Corintios 9,8) y darnos la fuerza para no dejar que nuestro corazón se extravíe por el olvido del Enemigo; así nos guarda según su poder para que soportemos todo lo que venga contra nosotros por causa de su nombre, de modo que hallemos misericordia (Hebreos 4,16) en compañía de los que han sido juzgados dignos de las bendiciones que antes dije. Por Él se da gloria a Dios Padre con el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.

Written by Salvador Carbó

6 diciembre, 2011 at 13:48

Logos 2 – Del abba Isaías: sobre el espíritu, según su naturaleza

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Deseo que conozcáis, hermanos míos, que en el principio cuando Dios creó al hombre, lo puso en medio del Paraíso (Génesis 2,15), en posesión de sus facultades sanas y según su naturaleza, pero cuando el hombre dio crédito a aquel que le hizo caer (Génesis 3,13), todos sus sentidos se cambiaron en contra de su estado natural, y el hombre fue privado de su gloria (Romanos 3,23).

Nuestro Señor Jesucristo, a causa de su gran amor, tuvo misericordia del género humano (Tito 3,5), y el Verbo se hizo carne (Juan 1,14), es decir, vino a ser un hombre perfecto en todo, como nosotros en todo, excepto en el pecado (Hebreos 4,15), para volver lo que estaba cambiado conforme a la forma del estado natural de su santo cuerpo. Teniendo misericordia del hombre, lo devuelve al Paraíso y lo coloca en medio de aquellos que lo esclavizaron y le da los mandamientos para vencer a quien lo había expulsado de su gloria (Romanos 3,23); así nos muestra un servicio santo (Santiago 1,27; Romanos 12,1) y una ley pura, de manera que el hombre permanezca en adelante conforme a la naturaleza en la cual Dios lo había creado.

Quien desee alcanzar este estado natural, que reprima todas las concupiscencias de la carne (Efesios 2,3) para mantenerse dentro de la conformidad con su naturaleza.

Cuando aparece naturalmente el deseo en el espíritu, si no es según Dios, no hay caridad; por eso Daniel fue llamado "varón de deseos" (Daniel 9,23). A este deseo el Enemigo lo ha transformado en deseo vergonzoso, para desear todo lo impuro. En el espíritu aparece de forma natural la envidia, y si no es según Dios (Romanos 10,2), no hay crecimiento, según lo que ha escrito el Apóstol: "Aspirad a los carismas superiores" (1 Corintios 12,31). Pero en nosotros, esta envidia según Dios ha sido cambiada a un estado en contra de la naturaleza, de forma que nos envidiamos unos a otros y, envidiándonos, nos mentimos (Colosenses 3,9). La cólera aparece en el espíritu conforme a su naturaleza; sin cólera no habría pureza en el hombre, sin irritarse contra todo lo que el enemigo siembra en él (Mateo 13,25); como Fineas, hijo de Eleazar, que en su cólera mató al hombre y la mujer, y cesó sobre su pueblo la cólera de Dios (Números 25,75).

Pero en nosotros la cólera ha sido transformada para que nos irritemos contra nuestro prójimo a causa de motivos insensatos e inútiles (1 Timoteo 6,9). En el espíritu, de acuerdo con su naturaleza, hay un odio, y cuando Elías lo encontró, mató a los profetas de la impiedad (1 Reyes 18,40); del mismo modo Samuel mató a Agag, rey de Amalec (1 Samuel 15,33), pues sin odio hacia el Enemigo el honor no se manifiesta al alma (2 Pedro 1,4). Pero en nosotros el odio se ha transformado en contra de su naturaleza y hace que odiemos a nuestro prójimo y lo despreciemos; este mismo odio es el que expulsa a todas las virtudes.

De su naturaleza surge en el espíritu concebir pensamientos de orgullo contra el Enemigo; quien lo encuentra, como Job, insulta a sus enemigos y les dice: "Viles y despreciables, faltos de todo bien, que yo no considero dignos ni de los perros de mi casa" (Job 30,4).

Pero en nosotros esta concepción de pensamientos de orgullo contra los enemigos fue cambiada; así, hemos sido humillados delante de ellos y nos enorgullecemos unos contra otros, nos provocamos mutuamente, nos tenemos por más justos que nuestro prójimo y con este orgullo Dios llega a ser enemigo para el hombre (Santiago 4,4-6): He aquí cómo lo que había sido creado en el hombre, cuando comió de la desobediencia (Génesis 3,7; Romanos 1,26) se transformó en pasiones impías (Santiago 4,4-6). Esforcémonos, bienamados, por abandonarlas y así adquirir lo que nos muestra nuestro Señor Jesucristo en su santo cuerpo, pues Él es santo y habita en los santos (Levítico 11,44s).

Cuidemos nosotros mismos aquello que complace a Dios (Efesios 5,10) y, según nuestras fuerzas, realizando nuestra obra y sopesando nuestros miembros, de forma que estén conformes con su naturaleza, encontremos misericordia en la hora de la tentación que sobrevendrá a todo el universo (Apocalipsis 3,10), implorando sin cesar a su bondad que su auxilio venga en ayuda de nuestra bajeza y nos salve de la mano de todos nuestros enemigos (Salmos 30,16). Él es la fuerza, el auxilio y el poder, por los siglos de los siglos. Amén.

Written by Salvador Carbó

6 marzo, 2011 at 14:41